La peregrinación ha estado abierta a todo el que quisiera
participar, pero especialmente dirigida a las Hijas de María y a las familias.
A
las Hijas de María para que, cerca de Ella y bajo su manto maternal pudieran
renovar su consagración y ahondar en todas esas virtudes marianas que,
desgraciadamente, son tan poco valoradas en la sociedad actual: la pureza, la
virginidad, la humildad, la dulzura, la obediencia…
Para
las familias también ha tenido una connotación especial: María como madre, como
mujer que vivió en su hogar de Nazaret, hogar que debe ser ejemplo para todas
las familias para que así, teniéndola como Madre y contando con su intercesión,
sean Iglesia Doméstica aquí en la tierra.
Un
total de 118 peregrinos hemos podido tener un fuerte encuentro con María y con
el mensaje que dejó en Fátima para toda la humanidad: la importancia de la
oración y el sacrificio por todos los seres humanos.
La
tarde del viernes pudimos celebrar la Eucaristía en la Capelinha, junto al
lugar donde se apareció la Virgen, haciendo a sus pies la consagración de las
familias y de las hijas de María. Después participamos en el Rosario y
Procesión de las Velas, en la que cuatro hombres de nuestra peregrinación
pudieron llevar a la Virgen: Diego Nieto, Francisco Romero-Largo, Víctor
Guerrero y Aurelio Pérez
El
sábado, día dedicado a la Virgen, fue un día muy intenso y centrado de manera
especial en los niños. Así, comenzamos celebrando la Santa Misa en el Altar
Mayor del Santuario junto a la tumba de los Beatos, esos niños que desde su
corta edad supieron captar el mensaje y entregarse a Dios tal y como se lo
pidió la Virgen en sus apariciones.
Después
pudimos renovar las promesas bautismales junto a la pila bautismal de la
Parroquia donde fueron bautizados los tres niños, y visitar en Aljustrel las
que fueron sus casas. Allí, en el huerto de la casa de Lucía, rezamos junto al
Pozo del Ángel, lugar donde se les apareció el Ángel de la Paz, y allí pudimos
conocer a una sobrina de Lucía que, en silencio y transmitiendo una gran paz,
rezaba el rosario.
Después
visitamos también el lugar de otra de las apariciones del Ángel, lugar en que
enseñó a los pastorcillos la importancia de rezar por los demás y de rezar a la
Santísima Trinidad en reparación por todas las ofensas que recibe Jesús, con
estas dos oraciones:
“Dios
mío, yo creo, adoro, espero y os amo. Os pido perdón por los que no creen, no esperan,
no adoran y no os aman”.
“Santísima
Trinidad, Padre, Hijo y Espíritu Santo, os adoro profundamente y os ofrezco el
preciosísimo Cuerpo, Sangre, Alma y Divinidad de Jesucristo, presente en todos
los sagrarios de la tierra, en reparación de los ultrajes, sacrilegios e
indiferencias con que Él mismo es ofendido. Y por los méritos de su Santísimo
Corazón y del Corazón Inmaculado de maría, os pido la conversión de los pobres
pecadores”
La
tarde del sábado estuvo marcada por el Vía Crucis, o mejor dicho, los Vía Crucis;
y es que los jóvenes hicieron un grupo y las familias otro, para poder así
contemplar cada una de las estaciones reflexionando y viendo en ellas las
cruces propias que debemos llevar cada uno en nuestra situación: los jóvenes en
sus estudios, amistades, dudas, incomprensiones… y las familias en todo lo que
se refiere al matrimonio, los hijos, los problemas laborales, económicos, etc.
Tanto jóvenes como matrimonios participamos activamente en el Vía Crucis, así
por ejemplo, cada matrimonio leyó una estación.
Los
niños tuvieron su protagonismo después del Vía Crucis, pues pudieron profundizar en el mensaje de Fátima a través
de juegos, canciones, y dinámicas que seguramente tendrán su fruto.
Como
el día anterior, también el sábado asistimos al Rosario y a la procesión de
antorchas, donde pudimos conocer a unos peregrinos de un pueblo de Badajoz que
se acercaron a nuestro estandarte atraídos por la Imagen de la Virgen de
Finibusterre y, muy emocionados, nos explicaron que también es su Patrona.
El
domingo fue un día corto pero intenso, rezamos Laudes todos juntos en la
capilla del Hotel y nos fuimos a la Basílica, allí rezamos el Rosario y
escuchamos la Misa Internacional en la explanada, una Eucaristía realmente
emocionante, en la que una joven de nuestro grupo, Soledad Lozano, leyó la
segunda lectura de la Celebración Eucarística ante una gran multitud de
personas de distintas partes del mundo con las que compartimos la vivencia de
nuestra fe y a las que nos unía un mismo sentir, un mismo corazón, un mismo
Dios y una misma Madre, de la que nos despedimos para regresar a nuestro
pueblo, a nuestras realidades particulares, trayéndola a Ella en nuestro corazón
y con el firme propósito de hacer en cada uno de nuestros hogares y familias un
Santuario.
Mª Soledad Fernández Villarreal
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